Juan tiene 6 años. Diagnóstico de TEL. Posee Acompañante en el jardín.

Todos los días asiste a algún tratamiento individual. No le gustan.

Todos los test psicométricos están descendidos.

Le gusta solo una cosa: amasar. Pero solo lo hace con su mamá o su abuela en los ratos libres.

Últimamente no ha habido adelantos significativos en sus tratamientos.

 

Mucho se ha escrito, hablado, leído, ensayado, cambiado y discutido sobre el rol del psicopedagogo. Lo pensamos como un profesional puente entre la salud y la educación, como el responsable de diagnosticar y realizar tratamientos ante dificultades de aprendizaje, como profesional que genera estrategias de prevención de las dificultades. Lo definimos como puente entre familia, escuela, alumno y conocimiento, como apoyo del docente, como rehabilitador en habilidades básicas para aprender las tareas que requiere un determinado trabajo, como… como… como… pero en estos casos, desde una mirada negativa, limitante, desde la falta, desde la rehabilitación, con el acento en las dificultades. Nos empecinamos en crear baterías de test estandarizadas y tratamientos específicos, que podremos aplicar a toda la población con X características, pero sabemos que todos estos roles no alcanzan, que pueden servir en algunos casos, y no en otros, que el mundo cambió, los chicos cambiaron, las formas de aprender y enseñar también y ¿la forma de hacer psicopedagogía?

Cambiamos de paradigma. Pasamos del modelo médico hegemónico a una visión más humanística, holística  y social.

Cambiamos la idea de rehabilitación, reeducación y tratamiento a la de prevención y mejor aún, a la promoción y estimulación de la salud.

Cambiamos las formas de vincularnos, los valores, las modas, los juegos, las costumbres, la ropa, la alimentación.

¿No es hora de que cambiemos nuestro rol de psicopedagogos y que ese cambio no sea solo teórico?

Pienso en lo importante de mirar, conocer e involucrarme con los deseos, gustos y necesidades de cada sujeto que llega a consulta. ¿Y si partimos de eso: de lo que le gusta, de sus intereses, de lo que sí puede? Podríamos quizás, partir de conocerlo, mirarlo hacer lo que le gusta, en un ambiente más natural, sin tantos tests e intervenir desde allí.

Hoy en día es muy fácil hablar de estos cambios, pero un poco más difícil, o menos común, planteárnoslo en la práctica diaria, sea el ámbito en que estemos inmersos. Este cambio de foco nos exige ser flexibles, adaptarnos a cada historia particular con la que vamos a trabajar, animarnos a repreguntarnos qué necesita este sujeto de mí, ser capaces de aprender, desaprender y reaprender nuestro rol.

Entonces, si pensamos una psicopedagogía desde una mirada holística y positiva, podemos pensarnos como un profesional que comienza por buscar qué talentos tiene nuestro consultante, o que áreas le interesan, qué le apasiona, qué disfruta hacer, como aprendió a hacerlo.

Quizás no podamos reestructurar nuestro rol completamente, pero sí podemos empezar implementando pequeños cambios. Podemos trabajar con la familia, hacer charlas abiertas sobre promoción de buenos hábitos de aprendizaje, crear “tratamientos” en grupos donde el eje sea el estímulo, incorporar las “terapias alternativas”, como el arte en todas sus formas, música, danza, pintura, teatro. Y, por supuesto, primero descubrir qué le apasiona, comenzar cada encuentro con una mirada positiva y hacerlo a partir de los intereses de cada sujeto, desde donde vamos a conseguir construir el vínculo y que esté abierto y motivado.

 

Juan está a punto de cumplir 7.

Con su acompañante, por recomendación de su psicopedagoga actual, comenzó un taller de cocina para niños.

En psicopedagogía trabaja las recetas, las cantidades, los números, las letras, etc, etc. En el taller, pone en juego todas sus habilidades en la cocina.

Se lo ve más animado, hizo amigos, desarrolló su vocabulario, está más feliz.

POR MÁS CASOS COMO EL DE JUAN.

 

María Paz Marazzi.

Psicopedagoga y Arteterapeuta